Un parentesis un tanto amplio. Despejando tensiones, ejerciendo el descanso. Vuelvo con un artículo sobre el controvertido asunto de la relación, siempre tensa, entre el poder del Estado y su seguridad y la libertad individual, en concreto me ciño a lo que se supone que es lo más útil para la existencia y la persona en tanto que se fundamenta en ideas adecuadas. Visión un tanto optimista y más cuando sabemos del poder de los afectos.
Trasladado o ajustado al aquí y ahora, a la actual España. Se puede leer en la revista digital El Catoblepas. Aprovecho para darle las gracias a su equipo de redacción por la oprtunidad brindada. Se puede extraer en https://www.nodulo.org/ec/2021/n196p10.htm
Artículo pergeñado hace tiempo. Aquí publicado y titulado de otro modo. Era sólo un borrador. Trabajado y ampliado para ser publicado en la revista crítica del presente y digital El Catoblepas, número 193, otoño 2020, página 11.Sobre el atractivo del falaz animalismo.
Agradecer el interés del equipo de redacción. Mostrar públicamente la satisfacción de poder estar entre filósofos en sentido riguroso, crítico, radical, académico, capaces de mirar al presente para triturarlo y de paso transformarlo. Muchos de ellos seguidores del materialismo filosófico de D. Gustavo Bueno, unos gnósticos (según Santiago Armesilla), otros, bebiendo de sus mismas fuentes, afines a un punto de vista filosófico implantado políticamente y dirigido en un sentido revolucionario a transformar dialécticamente y operatoriamente la realidad. Con todo, todos ellos dignos herederos de un sistema en forma de urdimbre escrito en español frente al nihilismo, el dogmatismo y el idealismo. En su lucha dialéctica su fortaleza. Contra la barbarie.
Se puede consultar y leer en http://nodulo.org/ec/2020/n193p11.htm
Y Kant logra con creces no satisfacer a los peores. Inaugura un sistema idealista trascendental filosófico, esquemático, que para criticarlo, superarlo, se necesita una filosofía sistemática filosófica y materialista que esté a la altura. Exige una potencia crítica perfectamente geometrizada.
La labor de agrimensor de la Razón continúa en la obra de Kant. Se ha de delimitar y representar la misma Religión. Es obligación del filósofo evitar los errores inherentes del reflexionar más elevado del ser humano derivado de conceptos del entendimiento dirigidos a la experiencia posible, a lo sensible.
En el terreno de las religiones los malentendidos y las coacciones son habituales. La presencia de eruditos que se transforman por mor de su fe histórica, que no de la verdadera fe religiosa sometida a la ley moral, en dogmáticos muestra la legitimidad que ampara su fanatismo y superstición. En el curso de la historia de la humanidad no es más que el tránsito por el camino del mal. La religión puede ser un arma política que facilita el temor ofreciendo castigos, o salvaciones eternas pensadas empíricamente, sensiblemente. Así el hombre estará ineludiblemente sometido a la arbitrariedad de lo particular y de espaldas al bien supremo; un bien en forma de santidad (Heiligkeit) y de ley moral pura, formal, universal. Este supremo bien teóricamente es desconocido, incomunicable, misterioso, inherente a la razón pura humana y, por supuesto, necesario. Representado como felicidad infinita impulsora de un progreso humano hacia la comunidad o estado civil ético, plasmado en la mejora del nuevo hombre que sólo obedece a las leyes de la virtud.
Kant nos ofrece un Dios al que no podemos amar ni intentar agradar: «No hay en una Religión universal ningún deber particular hacia Dios; pues Dios no puede recibir nada de nosotros; no podemos obrar sobre él ni para él». Una religión pública a la que aspira Kant sin liturgias, sin profesionales de la fe, invisible. Un Dios que hemos de entender como un ser supremo sin atributos antropomórficos. Motor denuestros impulsos libres sometido (¡él mismo!) a la ley moral. Desconocido, pero desde la Razón pura práctica hemos de creer en él y respetarlo como «legislador santo, gobernante bondadoso y juez recto». Un arquetipo necesario, en ocasiones oscurecido o mal comprendido desde las religiones estatutarias, históricas.
Para el hombre es un ser supremo garante de sentido moral, ser inherente único capaz de evitar el suicidio lógico propio del estado de naturaleza jurídica y ética humanas. El fuste torcido de la humanidad ha de ser enderezado por la luz de la razón arquitectónicamente entendida.
En el recinto delimitado para la religiosidad pura humana solo hay sitio para la nada. Un Dios como idea. Cristo como representante o arquetipo dotado de cuerpo en en el relato sagrado, capaz de milagros, histórico, que como persona e impulsor de la fe moral ha de entenderse como un ser puro y desmaterializado. La fe racional no necesita de ninguna verdad externa, de ningún libro sagrado, de ningún documento histórico, se demuestra a sí misma.
Tampoco necesitamos agradar a Dios, no se requiere de una fe para elegidos, de serlo facilitaría la holganza, la desidia, la gracia a distancia (online, remota, diríamos hoy) de un Dios que le corresponde («religio») por su comportamiento de espera (falsa y realmente inoperante fe material «como medio de gracia» hoy comprendido por todos como «cultura circunscrita») que ha de entenderse como ocio pasivo que hace desde lo alto y de forma milagrosa aquello que «deberíamos buscar en nosotros mismos».
El creernos agraciados por Dios, a nivel particular y no digamos nada a nivel de individualidad colectica con forma de pueblo unido en torno a un compromiso compartido como nación diferenciada y étnicamente homogénea, puede resultar ser el salvoconducto a la ejecución de acciones presididas por la deshonestidad, la arbitrariedad, la falta de sindéresis, el asco y el menosprecio de la virtud moral libre, autónoma e incondicional. Auparse al podio del privilegio de la conciencia moral permite que las ideas no puedan ser juzgadas, no se plieguen a la legitimidad, no soporten el peso crítico del entendimiento, estén fuera del espacio y del tiempo, y por supuesto no delincan. «La conciencia de que una acción que yo quiero emprender es justa es deber incondicionado».
En el haber de la Religión racional pura humana: un núcleo etéreo, vacío, pura idea práctica que no teórica y accesible al entendimiento; un curso de la religión en constante progreso hacia lo mejor, del mal al bien supremo, de lo estrictamente natural y sensible a lo incondicional, libre, inteligible y formal del supremo bien a alcanzar en una mera posibilidad futura; un cuerpo desmaterializado para ir hacia el bien y dejar atrás el despotismo de lo arbitrario, particular y sensible. Sin oración, sin palabras, sin textos, aderezado de silencio, con salas de espera a una vida mejor prescindibles, es decir templos a los que acudir en comunidad que no hacen del feligrés una persona mejor, sino que «más bien la adultera y sirve para encubrir a los ojos de los otros e incluso a los suyos propios por medio de un barniz engañoso el mal contenido moral de su intención», un bautismo como ceremonia de iniciación en la fe eclesial que realmente no es ningún «medio de gracia», de mejora de la condición moral humana, y por último un mecanismo de comunión compartida, de continuidad, de renovación espiritual entre iguales que no es más que un requisito clerical, una mera ilusión para la verdadera fe religiosa.
Sin núcleo, sin curso, sin cuerpo la Religión que nos ofrece Kant y con ella su Dios es puro ateísmo. ¡Dios no existe! ¿Con qué Dios acaba entonces Nietzsche para dar paso al superhombre? Parece que en lo que atañe a este asunto la acusación de impiedad sobre Kant esté más que fundada. La censura y la advertencia de «medidas desagradables por la publicación de su obra La religión dentro de los límites de mera razón» por parte de las autoridades de la Prusia de Federico Guillermo II son consecuentes con el sentir compartido de la sociedad de la época. Por cierto, de diagnóstico acertado. Habían entendido perfectamente el contenido de sus reflexiones sobre la religión.
El uso especulativo de la razón nada nos puede decir de Dios. Es una labor en el fondo ociosa. A nivel teórico ningún resultado es posible. Los límites críticos de la razón, más allá de los dogmáticos y los escépticos, por vía negativa nos informan de la trayectoria que enfanga la reflexión humana en el error. Un esfuerzo inútil, carente de progreso alguno, es la difícil advertencia kantiana sobre el uso seguro, preciso, formal, arquitectónico de la razón. Doblegar la naturaleza errónea de la razón, su soberbia por aspirar a saberlo todo, tarea difícil. Dios y lo que sucederá en forma de vida humana futura una incógnita teórica. No hay experiencia sensible con la que podamos trabajar y resuelva de forma definitiva y concluyente nuestras dudas y expectativas. Sobre asuntos tan trascendentales lo mejor es evitar, poniendo límites a la razón, los errores. Noble tarea.
Ahora bien, ¿nos atrevemos a prescindir de Dios, a suponer que algo suceda? ¿Podemos obrar correctamente prescindiendo de las ideas de Dios y de la inmortalidad del alma? ¿Dichas ideas prescriptivas del hacer práctico puro gobernado por la razón son universales y necesarias en lo relativo al «deber ser»? ¿Fuera del reino de la gracia, hoy cultura, hay posibilidad de salvación? ¿Podemos satisfacer nuestras inclinaciones y llegar a ser felices?
Kant lo tiene claro. Kant cree firmemente tenerlo claro. Está internamente, conscientemente, convencido de su apuesta por la existencia de Dios y la inmortalidad del alma. No lo conoce, no sabe nada de la inmortalidad del alma, pero ambas puras ideas son necesarias no sólo para obrar libremente sino para aspirar a obrar en favor del bien individual y del bien de la humanidad, bien que se materializará: con la superación de la minoría de edad («sapere aude» que toma sin citarlo de Horacio), con el fin de los ejércitos y con el fin de las guerras (por defecto, de los estados; Kant visto como germen de la posmodernidad). Por supuesto todo ello al margen de las condiciones económicas y sociales, lo importante es tener buenas ideas, intenciones y voluntades. Pensando bien todo irá encaminado a la ansiada paz perpetua, a la armonía del conjunto de la humanidad; la dialéctica de Estados realmente existentes, la dialéctica de clases, un pin, un adorno, una verdad en marcha superflua, trivial, sin interés; sobre todo para el burgués que él representa.
¿Qué pasa con quien no cree en Dios? ¿Qué pasa con quien no cree en la inmortalidad del alma? Desde su firmeza de alcance individual, egoísta, el no creyente, «doctrinal» o en Dios, o «moral» o en la inmortalidad del alma, no es libre. No puede actuar siendo esclavo de laley moral, es un enfermo patológico que se deja sobornar por los impulsos de la sensibilidad, es una bestia, un animal: «una voluntad que no puede ser más que estimulada a través de los estímulos sensibles, es decir, patológicamente, es una voluntad animal (arbitrum brutum)». Es un ser dogmático que cree saber cuando sólo puede ofrecer opiniones carentes de certeza y de convicción. El dogmático es un ignorante sofisticado, persuasivo, en el límite peligroso. ¿Candidato a la eliminación en nombre de una fe inquebrantable en el único Dios verdadero que es adorado a través de una fe inmanente, necesaria, no arbitraria y generadora de vida, de bien? Tal vez, y más si el otro, el dogmático, el que rechaza a Dios es visto como infrahumano. Este rechazo a Dios puede ser la fuente inagotable de sentimientos malos, hoy añadiríamos que inhumanos. El sometimiento a la naturaleza un estado de salvajismo. La humanidad de Kant no es la de todos los hombres de su época, es de una parte de ellos; el hombre salvaje, primitivo, es naturaleza. Luego no se hace con él la guerra, simplemente se le extermina cazándolo.
Kant puede ser el ideólogo perfecto para poner en marcha actos de domino sobre otros y sobre otros territorios, el colonialismo del siglo XIX tal vez esté en deuda con el bueno de Kant.
Ahondando en su espectro de rechazo. El catolicismo como una farsa religiosa que apoyándose en lo sensible: imágenes, ceremonias públicas, procesiones, se convierte en ateísmo de diseño. Balmes no dudará en ponerle freno. No podemos olvidar, y esto es esencial para este tema, que Cristo, para ser realmente creído en el seno de la religión cristiana, y lograr un triunfo sobre las religiones paganas, heréticas, tan rotundo, tuvo que hacerse carne, materializarse, realizarse como hombre; siendo pura idea cada uno puede creer lo que le venga en gana. Los apetitos, los sentimientos, las pasiones, también gobiernan al hombre, pero no sólo eso, también son más poderosos que la razón formal tal y como la entiende Kant. Idea de razón tan limitada e inoperante que no atiende ni tiene en cuenta un tipo de razón mucho más potente como la derivada de operaciones quirúrgicas, precisas, institucionalizadas, con términos ordenados según relaciones precisas y necesarias, sinectivas, en «symploke» y que necesitan ineludiblemente de manos para entender las diferentes parcelas de la realidad, plural, dinámica y heterogénea, de forma geométrica.
En fin, su teología moral solo nos ofrece dos artículos de fe como garantía del obrar puro y libre humano. Quien carece de fe, quien además osa no obedecer al gobernante sabio, en el sentido kantiano y tomando palabras de Lutero en referencia a las revueltas campesinas de su época, ha de sufrir el filo de la espada: «Los campesinos tampoco quisieron escuchar ni se dejaron decir nada, por eso hubo que abrirles las orejas y las cabezas saltaron por los aires; para tal alumno tal palmeta. Quien no quiere escuchar la palabra de Dios por la buenas, escuchará al verdugo con la hoja».
Espinosa, buen ateo, fuerte, firme, racional, generoso con las demás personas, demostró durante toda su vida ser especialmente virtuoso, cauto y prudente. Defendía la vida con la potencia de la sabiduría. Hagamos suyas las palabras de Severino Boecio en su cautiverio previo a su ejecución: «Nuestro principal destino es no contentar a los peores».
En su libro intitulado El mundo como voluntad y representación Schopenhauer advierte al potencial lector que la aproximación a su obra requiere al menos de dos lecturas serenas y comprometidas. De otro modo, entender su pensamiento requiere mucho esfuerzo.
Me aplico el recetario, hago mía su sugerencia y oriento mi interés como lector a la obra maestra de Kant: La crítica de la razón pura. Mi memoria de rocín flaco todo un imperativo. Es su obra más completa y los es por su sistematicidad. Pocos son los filósofos que alcanzan tal condición. Como heredero de la escolástica y preso de la lógica de Aristóteles, de la geometría de Euclides y de la Física de Newton aborda con detenimiento el asunto para nada baladí de la existencia de Dios. Como idea es trascendental. Carece de representación empírica, está fuera del tiempo y del espacio, no es un fenómeno, no hay ningún objeto externo ajeno a nuestra conciencia que sirva de referencia, está fuera de toda experiencia posible.
Los intentos por demostrar su existencia son múltiples. El poder argumentativo de la más excelsa filosofía lo intentó a lo largo de la historia del pensamiento occidental. Kant dice que la única conclusión es una ficción en forma de ilusión trascendental de la razón, ayudada de una imaginación que sintetiza conceptos y prescinde por imposible de los fenómenos. Ficción de la razón natural, no arbitraria, e inherente al ser humano. Tiene, la razón, como objeto el entendimiento, al igual que el entendimiento tiene como objeto lo sensible.
Queda claro que la idea de Dios para Kant nada tiene que ver con un proceso histórico y social, es decir con su origen, su cuerpo y su curso (no es así el caso de Hegel). Los argumentos a priori propuestos para su demostración son tres: el fisicoteológico, el cosmológico y el ontológico. Puros fuegos de artificio, uso de juicios en forma de silogismos dialécticos, sofísticos, disfrazados de demostración al más puro estilo apodíptico.
Dios es una idea. Dios es en el fondo una idea humana, una fe santificante y determinante de la acción práctica pura, del deber ser. La ética kantiana es la ética protestante por excelencia, pietista para ser más precisos. El individuo, su conciencia y su fe su púlpito.
La razón, la crítica a su hacer sin manos, conducida hasta el límite de su imposible praxis humana material. La idea de Dios (junto a la inmortalidad del alma y la libertad) vacía, sin atributos, incognoscible…necesaria para la buena acción práctica. El ateísmo y la virtud inmiscibles. Dos conclusiones:
La razón espoleada hasta su más honda capacidad logra como trofeo un Dios desconocido. Pobre premio para tan loable virtud humana.
El fundamento de la ley moral, el principio regulador de la acción práctica pura humana incognoscible por trascendental, o lo que es lo mismo por nouménico. Luego lo que es absolutamente desconocido torna ser nada más y nada menos que el principio que coordina a modo de sistema toda la ética formal kantiana. Un tanto descorazonador. Su mayordomo que lo entendía bien sólo pudo manifestar su silencio con lágrimas. ¿Cómo someterse a un Dios tan imposible y estéril?
El bagaje de todo su sistema es pobre, demasiados límites a la razón, le reprocharán sobre todo los filósofos idealistas alemanes. En parte porque toma como principio inexpugnable de su sistema lo desconocido, lo irreal, aquello que para ser no necesita existir. Ajeno al hombre a nivel gnoseológico y ontológico. Ahora bien, dicho vacío no es inalterable; su lugar puede ser ocupado. A falta de Dios, algún ego diminuto puede elevarse y hablar, dada su fe inquebrantable, en su nombre. Dios puede ser revelándose «humano, demasiado humano».
Kant decía que el pueblo alemán estaba preparado para obedecer. El «uso de la razón privada», del funcionario, del militar, debía regularse por la obediencia. Como funcionario civil, también como ciudadano del Estado «no tiene derecho a razonar». Esta obediencia se materializó en ley, su horror a la novedad en forma de desorden la habilitación perfecta para mantener al Estado en el tiempo y garantizar su existencia práctica. El «uso de la razón pública» destinado a los lectores, pocos los de sus obras, y no digamos los de las obras de Hegel que veía en los funcionarios lo que en Marx más tarde sería la clase trabajadora de una nueva sociedad política humana, inicio de la historia y fin de las desigualdades. En definitiva, una razón pública censurada. La mayoría de la población no estaba capacitada para su lectura y menos comprensiva.
La llegada de un Dios encarnado, plagio de la figura de un Cristo presentado a sus fieles de forma racional, ficticia, mitificada, capaz de cohesionar en su momento un Imperio como el romano, un ideal que podía merecer la pena repetir. En el siglo XX algunos pueblos exacerbados lo intentaron y fracasaron.
Esperemos que no se repita una nueva Europa kantiana.
Aquí no hay nada de nouménico. El fenómeno en el que estamos inmersos ha de ser digerido e incluso rumiado. No es posible hacerlo si lo entendemos o nos hacen entender que es ininteligible. La sobreabundancia de información no es una virtud, no es una ventaja, es un sumidero de la razón, y un semillero para el error. Aceptarlo es claudicar. Hemos de evitar multiplicar los problemas. Es momento de reivindicar nuestra condición de ciudadanos, eso sí: confinados.
Vamos para cuarenta días de estancia obligada en nuestras casas. Una cuarentena, pandémica, no una cuaresma sujeta a la fe. Tiempo para recapacitar sobre nuestro presente en marcha. Por el momento sólo nos aventuraremos a enumerar algunos asuntos de máximo interés.
Ante un problema de esta envergadura es evidente que la sabiduría, tan vilipendiada al condenar su posibilidad de orientación a la verdad, es virtud. Enfrentarse a problemas políticos como los actuales con el objetivo esencial para cualquier estado político y realmente existente de mantener su estabilidad requiere de un poso de saber ineludible. De no ser así se corre el riesgo de iniciar un proceso peligroso de colapso del sistema. Del lado de la sabiduría está la prudencia (phrónesis). Reconocer errores, identificarlos para prevenir posibles problemas futuros, dominar los recursos con los que se cuenta, apostar por nuestros mejores mecanismos de lucha contra esta pandemia, y huir de los rivales, de los enemigos, que luchan interesadamente por nuestra debacle es una exigencia.
La solución es tecnológica. El hacer médico es una lucha permanente contra la enfermedad, es un hacer racional en favor de la vida, se trata de transformar la enfermedad en salud, en hacer reversible una situación que pone en peligro la vida de las personas. Digo que la solución es tecnológica porque de lo que se trata es de debilitar, controlar, destruir, eliminar un virus virulento e imprevisible. Esta es la esencia médica: su tecnología. No le ha de faltar su buena dosis de psicología. El enfermo es un paciente, no es sólo un cliente.
Se nos dice, se nos vende, compramos. La comunidad científica, hombres y mujeres devanándose los sesos por dar con una solución, todos a una, todos coordinados, todos cooperando, todos como buenos amigos. Una entidad hipostasiada a modo de totalidad atributiva, con sus partes heterogéneas, sí, pero con los mismos objetivos, los mismos intereses…la humanidad en su conjunto. Veremos la realidad. La comunidad científica no existe, existen comunidades científicas, con sus diagnósticos, sus laboratorios, sus programas de investigación en marcha, sus presupuestos, con capacidad para lograr dar con la solución para construir una vacuna eficaz con rango de validez universal, real, verdadera, que trascienda los sistemas políticos y sociales que las cobijan, que se despeguen y alcancen lo anantrópico, es decir que neutralicen las voluntades humanas en forma de verdades coordinadas por principios, pero una vez logrado este antídoto se dirigirá y se repartirá en función de los interés nacionales. Las comunidades científicas son imprescindibles en la «realpolitik». Además las verdades resultado del hacer en forma de teoremas y leyes coordinados por principios de las diferentes ciencias, canon de la racionalidad humana, son esenciales para el buen hacer de la actividad política, pero no olvidemos que la verdad en el arte de lo posible es más problemática, ajena a la demostración, y sujeta a decisiones propositivas que se ejercen sobre sujetos también propositivos, históricos y sociales, es decir que trascienden lo natural, lo etológico. El tránsito de un saber otro no es simple.
Lema veterinario: «del campo a la mesa», trazabilidad. Sabemos su origen, es un caso derivado de una zoonosis o traspaso de un virus de una especie animal, en este caso un murciélago, al hombre. Es obvio que entre los especialistas que deberían estar del lado del Gobierno estarían aquellos expertos que, por su labor habitual más cercana al control de epidemias animales, simplemente saben más (v.g. «veterinarios». No hacerlo puede resultar una rémora y dar lugar a incertidumbres poco deseadas. No olvidemos que la enfermedad a la que nos enfrentamos ha de tratarse de un modo colectivo, moral, no sólo individual, ético.
El virus identificado como SARS-CoV-2 cuenta con «conatus». No es un ser vivo, no tiene la capacidad de reproducirse, necesita un hospedador. Lucha por ser, de no ser no sería ningún problema.
Un Estado como el nuestro, castigado desde periferias con aureola identitaria de no se sabe qué, con unas arcas anoréxicas y expuesto a una esclavitud de deuda de larga duración, con un sistema esclerotizado y que le impide funcionar con dinamismo y eficacia, donde sus partes por su mezquindad quieren colaborar a su destrucción, donde el núcleo del poder ahogado en irracionalidad y posmodernidad colma de parabienes los deseos irracionales de una mayoría que queda alelada por lo incomprensible, que persigue lo imposible, que diluye las fronteras, que habla en nombre de la humanidad, y que olvida la condición política de los ciudadanos españoles, sólo puede resignarse a que las cosas no vayan bien. Lo peor es no asombrarse y no atisbar la posibilidad de cambio.
Algunos se están cayendo del guindo. No hay democracia sin televisión, tecnología que permite ver a través de cuerpos opacos y en directo. La televisión formal es una forma cotidiana, filosófica, de construir la verdad. El mito de la caverna de Platón hecho realidad. Otra cosa es la televisión material, enlatada, dirigida a la mayor gloria del poder de turno.
En esta segunda navegación adueñada por la quietud hemos de poner en orden lo que está en desorden. Es urgente iniciar la liga de fútbol. Elimina tensiones, y las elimina porque por un momento apasionante nos evade de la prosa de la vida. Quienes dicen que el fútbol es basura que se lo hagan mirar. Hoy esta basura no tiene precio.
El «Yo» atomizado, irresponsable, fraguado en el taller de la voluntad infinita, feliz, pura posibilidad ajena a la exigencia de existir, sin fronteras, «guay», está en quiebra. Hoy más que nunca dependemos de los demás, especialmente de aquellos que sin alharacas, sin triunfalismos, y con buenas dosis de modestia, trabajan en un centro productivo que gira en torno a la agricultura y la ganadería. Mismas palabras para los sectores de la distribución, sanitario y de seguridad. El estado no es sólo el poder ejecutivo, el legislativo y el judicial, como nos han inculcado en toda nuestra democracia imbuida de patriotismo constitucional, que orbitó, alrededor de una Escuela de Frankfurt y un Congreso por la Libertad de la Cultura, que orientaban sus pesquisas y sus intereses hacia un estado ficción de cultura (v.g. Kulturkampf promovida por el canciller Bismarck) por encima de la política, entre otras cosas por su afán por eliminar las fronteras diluyendo en la pura farsa el territorio de la nación canónica y con reconocimiento internacional.
Presente dominado por un desorden forzado por una quietud obligada por un virus. Aires favorables para la Psicología, la terapia hablada como antídoto para poner en orden al individuo que muestra síntomas evidentes de verse superado por la situación.
Pese a los insensatos intentos por olvidarlo desde las filas de la caverna en forma de barbarie el genial ateniense y fundador de La Academia sigue vivo, sigue entre nosotros. Nuestra civilización se lo debe, no por voluntad propia sino por estar entre nosotros su manera de entender la realidad. Esta era modesta, limitada, pero aspiraba a saber hasta el límite bajo la guía de una razón dirigida a la geometrización de ideas. Así se accedía con esfuerzo, con asunción de fatigas a las ideas y una vez allí, a través de una arte puro y dialéctico arribar al bien o idea suprema, idea ajena a la mera conceptualizacón, a la categorización científica. Las ideas no son los materiales propios de las ciencias, no son elementos de su saber por demostración, son algo más, por de pronto más complejas. También son plurales y dinámicas, pero sobre todo: permiten dar cuenta de las causas de lo aparente, nos autorizan y privilegian para poder explicar con argumentos lo simple, lo falso, lo confuso, lo vago pero fácilmente asumido y aceptado en el fango de la cómoda y atractiva caverna.
Es por este motivo que nuestra civilización, con sus luces y sus sombras, es heredera de este saber excepcional y sistemático sobre los saberes apegados a la realidad y en marcha. Sin este saber tan especial lo que nos queda es un erial, un vacío en forma de nihilismo militante. Siendo el recorrido fácil, al no aspirar a que al menos unos pocos puedan acceder al conocimiento riguroso de las ideas, se trunca la posibilidad de alcanzar una sociedad política mejor. Se gana en placer, se gana en inmediatez, pero se pierde una oportunidad de oro para intentar hacer ciudadanos mejores, no sólo consumidores satisfechos guiados por deseos. Las ideas sin el intento vía educación de los ciudadanos por conocerlas se debilitan hasta la muerte, convirtiéndose este momento de sombras en la excusa perfecta para el dominio de los pocos sobre los muchos.
Sin filósofos de la talla de Platón o de Bueno la reflexión se alejará de la vida, del verdadero saber, y se dirigirá a la deriva de la complacencia. No nos arruguemos y dejemos de lado un saber tan potente, tan real para poder explicar críticamente el mundo que nos toca vivir. No los orillemos al olvido no intentando con cautela y serenidad ofrecer una alternativa reflexiva que permita mejorar lo que ellos nos dicen. ¡Cuidado con hacerlo!, en la confusión lo fácil puede ser asimilado como imperecedero y esta vez la fuerza de los dogmas que creíamos al menos debilitados podrá asomar.
Un intento por extirpar de la vida pública y académica la filosofía crítica lo perpetró en su momento el que fuera ministro de Educación Sr. Wert, hoy son otros los que desde el anonimato pretende hacer lo mismo. Ya nos advertía Platón del peligro de la vuelta desde el verdadero saber a las sombras de la caverna cuando nos decía: “¿acaso no daría motivos de burla y se diría de él que, al subir, había echado a perder los ojos y que no merecía la pena intentar ir arriba?, y al que se pusiese a soltarlos y subirlos ¿no irían a asesinarle si de alguna manera pudiesen echarle mano y matarlo?» En ambos casos se continúa intentando su asesinato intelectual incluso cuando ya no están entre nosotros. Mal síntoma.
Y Rosón quiere cerrar la Fundación Gustavo Bueno. Desconozco las cuestiones legales de fondo, a este respecto no sé quién tiene razón, decantarme por una u otra postura es una mera cuestión de creencia infundada, podría más mi simpatía que mi razón. No quiero entrar aquí. De lo que sí pretendo modestamente opinar es del significado de tal acto que de llevarse a cabo supondrá la clausura de un espacio de reflexión serio, sistemático y dialéctico, es decir orientado desde la razón a pensar contra alguien, a comprometerse con la trituración implacable de toda nebulosa ideológica, de toda mentira, de todo mito dominador y engañador, de lo nimio por banal y tópico, de lo inútil. Su cometido no es una banalidad sin interés, no es algo que se dé en toda la geografía nacional, no nace de forma esporádica e ingenua, nace de un sistema filosófico único, español, potente, plural, abierto a nuevas posibilidades de comprensión de nuestra realidad cambiante, un sistema filosófico reconocido como extraordinario, como capaz de estar a la altura de sistemas tan prestigiosos como los de Platón, Santo Tomás o Kant, de un sistema además, añadiríamos, mejor geometrizado al poder dar cuenta de propuestas reflexivas anteriores. Esto no significa que se huya del discurso opuesto, del debate como combate de ideas, que no sean invitados profesionales y estudiosos de ideología y posicionamientos muy dispares.
Somos conscientes de lo difícil que es sacar una propuesta filosófica seria en este país, y más cuando es sistemática. No olvidemos que hoy la dominante posmodernidad niega toda corriente filosófica sistemática por entenderla como metafísica, como mero relato embaucador, dándole un sentido auténticamente peyorativo y despreciable. Sería una vuelta a Hume: “Tírese entonces a las llamas, pues no puede contener más que sofistería e ilusión». Es obvio que en la actitud del señor Rosón hay una presencia soterrada de inquina, de odio, hacia el materialismo filosófico de la Escuela de Oviedo, quizá su crítica demoledora al hacer político de su formación no sea fácilmente aceptada. Y es difícil su aceptación porque en general muchos no quieren huir del placer de la caverna. Quizá valdría decir que tenemos la filosofía que nos merecemos. La filosofía española es débil no por sí, lo es por ausencia de reconocimiento, dicha ausencia hace que sea enterrada en el desconocimiento, en un descrédito aupado por un fenómeno muy nuestro que no es otro que la asunción de la maldita leyenda negra. Asumimos espontáneamente que somos un país inculto, un país atrasado, que no habla ni griego ni alemán y por tanto un país incapaz de poder hacer filosofía académica, un país profundamente maniqueo, aferrado a exaltar los errores y olvidar de forma férrea y permanente los aciertos. Bastante esfuerzo nos llevó exportar a Europa la obra de Ortega y Gasset, de ahí sus prólogos para alemanes, franceses e ingleses, de ahí su encomiable apuesta por una Europa-Nación ficción. De esta guisa es obvio que la obra de Bueno haya de ser expulsada de la república del saber ¿Por quién? Por quien ni tan siquiera parece que se ha dignado a leer su obra, por quien parece desconocerla, más allá de alguna conversación de calle o alguna lectura de algún artículo de prensa.
En fin, dicha propuesta de expulsión del antiguo Sanatorio Miñor de la Fundación Gustavo Bueno es un acto de barbarie propio de corrientes fundamentalistas que ven en la filosofía un punto de crítica poco deseado. Le diríamos al Sr. Rosón que la vida en la ciudad de Oviedo continuará pero no será ya la misma, será otra, la posibilidad de reflexión seria, abierta al exterior, se deteriorará. Por último, recordemos que también Sócrates molestaba como filósofo en la democracia ateniense del momento, fue injustamente condenado a muerte, eliminado, la democracia continuó pero ya no era la misma. El emperador Justiniano cerró por molesta La Academia de Platón en Atenas, continuó como ciudad pero jamás volvió a ser lo que fue ¿Por qué molestan tanto estas grades figuras del saber? ¿Por qué no hacer de la obra de estas figuras un baluarte seguro a modo de guía que dé sentido a nuestras vidas y sirva de norte a la hora de poner en marcha programas políticos rigurosos, es decir, ajenos a la extravagancia, a la divagación o a los fundamentalismos?
Por cierto, en La Rioja esperando con los brazos abiertos
Es una noticia esperada, también peleada junto a muchos otros compañeros y ciudadanos inquietos por intentar saber. La Filosofía parece que puede recuperar su espacio en el ámbito de la educación no universitaria, quizá también su merecido tiempo. Es positivo porque se pretende establecer un currículum común en toda España, porque se desliga la Ética de la Religión, porque le confiere continuidad y porque deseamos que su carga horaria no sea tan ínfima que la convierta en una «maría». El reciente acuerdo llega por ser una materia abierta que bien tratada necesariamente queda desvinculada de cualquier tipo de ideología, o lo que es lo mismo: de los privilegios de unos pocos en detrimento de los derechos de los más.
Pero, ¿por qué se llegó a este punto con el que fuera ministro de Educación Sr. Wert? Se partía de una visión muy clara de lo que es la filosofía, en forma de axioma indemostrado pero de gran fuerza práctica. Para muchos, la filosofía no era más que una forma de vida, cada vida es única y de forma espontánea, y más en el seno de un sistema político democrático, todos sabemos responder a las preguntas últimas que más directamente nos atañen, sabemos cuáles son los valores o virtudes que nos han de guiar hacia el bien. Por tanto, todos estamos capacitados para dar respuesta definitiva a los grandes interrogantes del pensar occidental: ¿qué puedo conocer?, ¿qué debo hacer?, ¿qué me cabe esperar?, ¿qué es el hombre? (Kant). Por supuesto esta habilidad innata y autónoma dada su naturaleza es ajena al error, a las majaderías, a las mentiras, a los instintos más bajos. Todos estos problemas estarían perfectamente dilucidados por cada uno de nosotros, sería la definitiva encarnación del conócete a ti mismo socrático. Así las cosas, pensaban nuestros más brillantes responsables políticos, para qué intentar explicar lo que otros pensadores argumentaron sobre la política, la ética, la verdad, la realidad como totalidad si todos somos, por el mero hecho de ser pensantes, filósofos de altura que hemos dejado atrás el mundo de la caverna, de la imaginación, de la mera opinión (Platón). En definitiva, ¡fuera el adoctrinamiento!, ¡fuera la reflexión de raíz griega!, ¡fuera la Filosofía de la enseñanza! Es curioso, pero procediendo así y con el que fuera ministro de Educación Sr. Wert, hubo más filósofos que nunca, el problema entonces no era que no se pensara sino que todos por el mero hecho de ser ciudadanos de este país automáticamente pensaban bien. Pero el resultado desgraciadamente fue que el mundo de la apariencia reinó, la llamada posverdad triunfó, el barullo en forma de ruido nos dominó. Sin referentes que pongan en marcha procesos reflexivos sistemáticos orientados a la verdad y encargados de deshacer mentiras, el salto a la barbarie está más próximo.
Si para algo valió el intento de fagocitar la Filosofía, de intentar resolver nuestros problemas más perentorios acudiendo al saber rigurosamente científico o al estrictamente innato fue para darnos cuenta de que el camino en la construcción de la verdad que nos queda es largo, que muchos de los problemas ante los que nos enfrentamos no son sencillos, que la razón cuenta en su mismo hacer con sus propios límites, pero que sin ella el mundo puede llegar a ser un erial vacío de normas, de sentido, en el que la ley del más fuerte acaudille nuestro destino, dejando de lado nuestra condición de individuos que queremos ser libres y a la vez iguales en el marco de una sociedad política que aspire a ser justa.
Sincera y modestamente alegre. Nuevas noticias relacionadas con la Filosofía como saber académico orientado a la verdad y cuya tarea es la ingrata necesidad de deshacer mentiras en un contexto de banalización y fundamentalismo afín al que podemos etiquetar como capitalismo emocional a mayor gloria del ahora atomizado e hipócrita individuo satisfecho.
Se confirma y lo recojo a través del siguiente enlace, disponible: http://redfilosofia.es/blog/2018/10/21/comunicado-de-la-red-espanola-de-filosofia/.
Se recoge el texto, íntegro. esperemos que se materialice pronto.
La Red Española de Filosofía desea mostrar su enorme satisfacción por el consenso logrado por las principales fuerzas políticas, en la Comisión de Educación del Congreso de los Diputados del pasado 17 de octubre, sobre la necesidad de un ciclo formativo de Filosofía de tres cursos que conlleva que la Historia de la Filosofía vuelva a ser obligatoria en 2º de Bachillerato para todas las modalidades. Asimismo, nos congratulamos de la respuesta positiva del Ministerio de Educación y Formación Profesional, en un comunicado posterior, a la propuesta de los representantes de la voluntad popular. El acuerdo logrado debe ser continuado para avanzar hacia un pacto por la Educación en España que construya la estabilidad institucional que necesita tanto el alumnado, junto a sus familias, como el profesorado, con la decisiva finalidad de garantizar un futuro alentador a las nuevas generaciones en nuestro país.
La unanimidad política a favor de la vuelta de la Filosofía se ha visto reflejada en la gran repercusión de ambas noticias, el acuerdo parlamentario y el comunicado de Dña. Isabel Celaá, ministra de Educación y Formación Profesional, en los medios de comunicación del país y en las redes sociales. El aplauso entusiasta de la opinión pública ha sido indudable y una gran ola de alegría cívica ha recorrido el país al conocer las novedades. Agradecemos todos los mensajes de enhorabuena recibidos.
La Red Española de Filosofía, sin embargo, estima necesaria la presencia de una asignatura troncal de Ética en 4º de la ESO, puesto que la enseñanza obligatoria debe incluir, como contenidos filosóficos esenciales de la educación, la reflexión crítica sobre los siguientes temas: -la integridad moral personal, -las directrices de una ética pública, – los principios de libertad, igualdad y solidaridad, -el pluralismo y la inclusión, – el valor de racionalidad de los procedimientos deliberativos y, finalmente, – los marcos normativos de la democracia, esto es, los derechos humanos y las responsabilidades de la ciudadanía. Estos asuntos son fundamento imprescindible tanto de la educación moral como de la democracia, y necesitan una dotación horaria suficiente en el plan de estudios de secundaria. Minimizarlos, banalizarlos o eliminarlos, trae consigo el peligro indudable de un desfondamiento cívico.
Queremos mostrar la entera disponibilidad de la Red Española de Filosofía (que agrupa a cincuenta y seis asociaciones de Filosofía, al Instituto de Filosofía del CSIC y a los Decanatos y Departamentos de las universidades españolas), a colaborar con el Ministerio, y demás instituciones que así lo requieran, para la implantación de las medidas acordadas, y a cooperar en la construcción de un gran pacto por el futuro de la Educación en España.